España se declara aconfesional desde 1978. Se entiende así que lo normal es el Estado laico, sin la imposición de normas y valores morales que se derivan de la religión. Algunas religiones, como la judía y la cristiana, contemplan la historia del mundo como una lucha entre el bien y el mal, de ahí que se promueva la virtud, como camino del bien, y se combata al pecado, como camino del mal. Sin sospechar la fatalidad de su sombra, también se banalizó la virulencia de las drogas. Sus efectos se ensañarían en los barrios más pobres, especialmente crueles en el madrileño barrio de Vallecas. Muchos niños quedaron sepultados por las secuelas de aquel cambio. La princesa de Madrid es una de aquellas historias anónimas.