En 1946 se organizó en el Louvre una confrontación de cuadros de Picasso con otros de Jacques-Louis David, Francisco de Goya y Diego Velázquez. Las obras de Picasso, no podía ser de otra manera, salieron airosas de la prueba. Y a partir de entonces, se notó en la actualización de lo antiguo un soplo del típico optimismo de la postguerra: lo nuevo, personificado por Picasso, iba a superar lo anterior.

Picasso amaba su desorden por encima de todo. El revoltijo de miles de utensilios variopintos tomaba caracteres cada vez más grotescos, sus cuadros se iba apilando por metros se podría pensar que cuando una villa estaba abarrotada, se compraba otra nueva. Para su trabajo en las “Meninas” le bastó simplemente con mudarse al primer piso de “La Californie”, que hasta entonces había servido de cobijo gratuito a las palomas de los alrededores. Ellas, por su parte, se desquitaron sirviéndole de modelo, y aparecen en una serie de obras en las que Picasso, paralelamente a las “Meninas”, plasmó la vista que se le ofrecía desde la ventana de sus estudio, el mar azul de Cannes. “Las palomas”, de septiembre de 1957, muestra simplemente un ambiente, la poética descripción de un de un día de sol; es un cuadro sin segundas intenciones que no pretende transmitir otra cosa que lo que en él se ve. También un genio se puede permitir de vez en cuando un descanso.

—INGO F. Walter. Pablo Picasso. 1881-1979 El genio del siglo. Benedikt Taschen.

Características del libro

  Libros relacionados