Mis miedos volvían una y otra vez con distinto rostro. Cuando pensaba que había alcanzado la cima de la montaña la vida me volvía a empujar ladera abajo. ¿Pero por qué? ¿Qué estaba haciendo mal?
De repente, un día me desperté en mitad de la noche con el corazón a mil. Una crisis de ansiedad aterradora y un pánico paralizante. Logré bajar de la cama y caminé hasta el baño. Me miré al espejo y comprendí que estaba sola, a miles de kilómetros de mi familia y amigos, pálida como una aparición y pensé, «bueno, ya está, esto se acaba… ¡Sayonara, baby!».
Y al sentir latir desbocado mi corazón pensé, «¡qué nerviosa estoy!, ¡y qué pelos tengo! y con este pijama viejo… ¿Qué van a pensar cuando vengan a buscarme y me encuentren sin vida con esta facha? Y mi madre se va a preocupar muchísimo, y ¿cómo la aviso a estas horas de que la he palmado? Pero espera –me dije–, si la vas a palmar ¿de qué sirve ponerte nerviosa? ¿Qué más da? ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Y qué sentido tiene que te angusties por todo lo que has estado angustiándote toda tu vida?».
Y entonces comprendí la famosa frase: «Nada importa mucho y muy poco importa algo».
«La vida es simple y la clave de todo está en mí», pensé. «Todo lo que veo, lo que siento y me preocupa dejaría de existir si me voy, por lo tanto está en mi cabeza. Es la película de mi vida y puedo elegir en gran medida los fotogramas que quiero ver», me dije.
En ese instante me di cuenta de que mi corazón latía mucho más acompasado. La vida se abría de nuevo ante mí. Mi plan vital se acababa de reescribir apuntalado en 10 mandamientos, 10 puntos guía que hoy comparto contigo…

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